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PEREGRINACIÓN A LA BASÍLICA DE GUADALUPE

27 de noviembre de 2023

Como cada año, quienes formamos parte de la Familia Pasionista en México, nos reunimos en torno a nuestra Madre Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, para dar gracias a Dios por los beneficios que nos ha concedido y encomendarle nuestra misión y apostolado. 

 

Con el lema: “En sinodalidad, caminamos con María al encuentro del Crucificado”, nos reunimos en la antigua glorieta de Peralvillo para emprender la caminata hacia la Basílica de Guadalupe, donde celebramos la Eucaristía, presidida por el P. Víctor Hugo Álvarez, Superior Provincial. Terminada la celebración, nos dirigimos al Colegio Juana de Arco para compartir los alimentos y un momento de fraternidad.

Compartimos, a continuación, la homilía pronunciada por el P. Eloy Medina Torres.

 

HOMILÍA

 

Como en años anteriores, hemos salido de nuestras casas y comunidades para encontrarnos como hermanos, miembros de la Familia fundada por Pablo de la Cruz, y acompañarnos en nuestro caminar hacia este recinto santo. De la mano de María hemos venido desde distintos sitios motivados por nuestra fe y nuestra pertenencia a la familia Pasionista para presentar a Dios nuestras ilusiones y esperanzas, nuestros cansancios y desconciertos, y renovar nuestro compromiso por ser memoria de la Pasión de Cristo en medio de los ámbitos donde cotidianamente nos desarrollamos.

 

Venimos, en sinodalidad, caminando como hermanos. Ya durante la caminata hemos orado mutuamente, recordando también a aquellos hermanos que no han podido acompañarnos. Sin duda que, al encontrarnos, además de estrechar nuestras manos, hemos ido compartiendo los dolores y sufrimientos de nuestra vida; así como nuestras ilusiones y empeños por hacer más fecunda nuestra misión en favor del Reino de Dios.

 

Y durante esta mañana, hemos caminado con María. Ella, no sólo nos acompaña en nuestro diario caminar, sino que además nos invita a hacer nuestro su camino. De acuerdo con la narración de san Lucas que antecede al relato que acabamos de escuchar, María se encaminó presurosa atravesando las montañas de Judea. Ella, que se encontraba en su casa de Nazaret, después de recibir el anuncio de que sería la Madre del verdadero Dios por quien se vive, corre presurosa hacia la casa de Isabel para ayudarle en sus necesidades. Podríamos decir que ha sido el servicio la motivación que le impulsó a dejar la comodidad de su casa; sabe que Isabel, a pesar de su esterilidad y avanzada edad, ha concebido, y no puede quedar indiferente ante esta situación. La que lleva en su seno al Hijo del Altísimo, al mismo Dios que se anonadó a sí mismo tomando nuestra condición, corre a toda prisa para servir a aquella que tiene necesidad. Así es María. Ella es la mujer de la solidaridad, la que no permanece indiferente ante las necesidades de la humanidad, la que es capaz de atravesar las montañas para hacer que la vida, tantas veces amenazada, adquiera un nuevo sentido.

 

Sin temor a equivocarme, me atrevería a decir que todos los que hemos caminado para acercarnos a este recinto, hemos experimentado esta solicitud de María. En medio de nuestros dolores y sufrimientos, Ella se nos ha acercado para darnos su consuelo; cuando hemos sentido que el cansancio nos impide caminar, Ella nos sale al encuentro, impulsándonos y dándonos un nuevo respiro; o cuando hemos caído en la tentación de creer que la vida está perdiendo su sentido, Ella nos toma entre sus manos y al calor de su amor maternal, nos renueva la ilusión y enciende nuestra esperanza. Y esto lo podemos constatar al contemplar la tierna advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. Basta contemplar su mirada para saber que todo en nuestra vida correrá por buen camino; basta mirar sus manos para descubrir que, ante cualquier dolor, con Ella estaremos a salvo. Por eso, hermanos, en esta mañana, contemplemos su imagen y recordemos las palabras que desde hace casi quinientos años resuenan en nuestro pueblo: Hijito mío, ¿qué te inquieta? ¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre? Ella, efectivamente, es nuestra Madre: la que nos acompaña en cada momento de nuestra vida; la que nos sostiene en medio de nuestros sufrimientos; la que nos levanta cuando sentimos que nos vence el peso de nuestros dolores.

 

Además de darnos su consuelo, Ella, nuestra Madre, nos invita a recorrer su camino. A ser solidarios como Ella, ante las crisis y sufrimientos de nuestros hermanos. Así como un día, Ella salió de Nazaret para servir a Isabel, también nos invita a que seamos solidarios con nuestros hermanos; particularmente con aquellos que cotidianamente son crucificados a causa de la injusticia que se vive en nuestro mundo; con quienes viven desesperados porque no encuentran oportunidad para desarrollarse en la vida; con los que son víctimas de la violencia y la inseguridad; con tantas familias que llevan sobre sus hombros la cruz de la indigencia; por lo que viven errantes buscando mejores oportunidades de vida; con los ancianos que sufren el abandono; con los niños que no reciben una educación de calidad; con aquellas familias que han tenido que abandonar su pueblo y sus tradiciones para salvar la vida amenazada por el crimen; con tantos hombres y mujeres que diariamente se pierden en la virtualidad de un mundo carente de sentido. Con María y como María, estamos llamados a salir presurosos al encuentro de estos y de tantos hermanos que han sido lanzados a la periferia de nuestra sociedad.

 

Después de haber caminado hasta este recinto, como discípulos del Mesías crucificado y miembros de la Familia Pasionista, estamos llamados a renovar nuestro compromiso con los crucificados de la historia. Y lo hacemos inspirados en el cántico de María; sabiendo que Dios ha hecho maravillas en cada uno de nosotros, hemos de volver a nuestras casas y comunidades, con el compromiso de levantar a los humildes, colmar de bienes a los hambrientos y anunciar con nuestras obras la misericordia del Señor que se extiende de generación en generación.

 

Hermanos, hermanas, esta es nuestra misión. En sinodalidad, sigamos caminando con María al encuentro del Crucificado, en los crucificados de la historia.

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