
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
25 de marzo de 2025
En distintas ocasiones, los seres humanos nos hemos cuestionado sobre el sentido de la historia; especialmente, cuando hemos tenido que enfrentar situaciones que amenazan la estabilidad y el desarrollo armónico de nuestra vida. Pensemos en los recientes descubrimientos que se han dado en nuestro país sobre un predio de adiestramiento operado por criminales, los cuales, nos llenan de temor pues constatamos que el ser humano, olvidando su identidad de vivir como hijo de Dios, se atreve a atentar contra la vida de sus hermanos, sembrando miedo y desesperación, no sólo en las víctimas, sino en la entera sociedad que se siente vulnerable ante los horrores del crimen. Lamentablemente, esta no es la única situación que nos inquieta; constatamos la pobreza en que viven miles de seres humanos a causa de la injusta distribución de los recursos económicos y la falta de oportunidades para el desarrollo de los más necesitados, lo que ocasiona la separación de muchas familias cuyos miembros se han visto en la necesidad de abandonar su tierra y sus tradiciones, trasladándose a otras tierras para buscar mejores oportunidades de vida. Sabemos que aquellos que tienen que abandonar a sus familias, muchas veces se ven violentados, no sólo por la dureza del camino sino por la falta de seguridad y de políticas públicas que velen por la vida y los derechos de los migrantes. Podríamos continuar enumerando la problemática social; cada uno podría pensar en las dificultades de su entorno, e indudablemente, nos sentiríamos desbordados al no vislumbrar una posible solución.
En medio de estas situaciones, tenemos la posibilidad de celebrar la fiesta de la Anunciación del Señor. No sólo recordamos el momento en el que María se mostró disponible para colaborar en el plan divino de salvación, sino que también contemplamos el momento en que Dios tomó la determinación de abrazar la vida y el sufrimiento de la humanidad para transformarlo en historia de salvación. Si Dios se encarnó en la historia fue para recordarnos que no estamos solos sino que, a pesar de las contrariedades de la vida, él recorre el camino con nosotros. Así lo señaló el profeta Isaías al rey de Judá, al estallar una guerra civil cuando crecían las amenazas del ejército asirio que pretendía invadir la ciudad. Isaías pide al rey Ajaz que, a pesar de las hostilidades, vuelva la mirada a su Dios pues él no defraudará ni abandonará a su pueblo; incluso, le anuncia un hecho extraordinario: una virgen concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel, que quiere decir «Dios con nosotros» (cfr. Is 7,14). Estas palabras, aunque dirigidas al rey de Judá en un tiempo de suma hostilidad, deben resonar fuertemente en nuestro corazón: si estamos desanimados por las tribulaciones de la historia, hemos de recordar que no estamos solos: Dios ha decidido hacer camino con nosotros; él está y estará siempre con nosotros; y su presencia tiene la capacidad de transformar el dolor para dar un nuevo sentido a la historia de humanidad.
Como María, que ante el anuncio de Gabriel, se pregunta cómo será posible la Encarnación del Hijo de Dios, también nosotros podríamos cuestionarnos: ¿cómo será posible creer que Dios puede transformar la historia de la humanidad para que cada uno pueda vivir plenamente? Si recordamos la disponibilidad de María, encontraremos la respuesta. Ella, a pesar de no saber cómo podría hacerse realidad el plan de salvación, confía en Dios y está dispuesta a colaborar con él. Por eso responde: «He aquí la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho» (cfr. Lc 1,38). Estamos llamados a confiar en Dios, a creer en su promesa de redención para toda la humanidad y a trabajar para que ésta sea posible. En otras palabras, ante las contrariedades de la historia, estamos llamados a responder como María: que también en nosotros se cumpla tu palabra; que seamos hombres y mujeres sensibles al sufrimiento de nuestros hermanos, capaces de acompañar a los que sufren, de levantar la voz por los que no tienen voz y defender a los que viven la opresión en manos de los poderosos de la historia. Como María, estamos llamados a hacer presente a Jesús en esta sociedad, para que ilumine y disipe la tiniebla que oscurece nuestro mundo.
En esta fiesta, recordemos y repitamos insistentemente la oración del salmista: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Aquí estoy, disponible para encarnar tu palabra en mi corazón y así, anunciar con fidelidad que estás presente en medio de mis hermanos.
Que el testimonio de María nos interpele para que seamos capaces de confiar en el Señor que está presente en la historia de la humanidad, abrazando y redimiendo nuestros dolores y sufrimientos, y vive y reina por los siglos de los siglos.
P. Eloy de San José, C.P.