
III DOMINGO DE CUARESMA
23 de marzo de 2025
Hemos dicho que la Cuaresma se presenta ante nosotros como un camino que nos conducirá hacia la celebración festiva de la Pascua; un camino que cada uno tiene que recorrer para vivir intensamente el misterio de la resurrección. Para ello, hemos señalado que, durante estos cuarenta días, hemos de reconocer las situaciones que nos impiden emprender el camino hacia la Pascua.
Desde esta consideración, iniciamos la Cuaresma introduciéndonos con Jesús en el desierto: en ese espacio donde fue tentado y resistió la tentación; también nosotros, en el desierto, hemos de reconocer las tentaciones que se presentan en nuestra vida y nos hacen caer, de modo que, como Jesús, podamos resistir la tentación y continuar nuestro camino. La semana anterior, fuimos invitados a subir al monte Tabor para contemplar a Jesús revestido de su divinidad, permitiendo que su claridad disipe las tinieblas del desencanto que oscurecen el rumbo de nuestra vida.
Después de encontrarnos en el desierto y en la cima del Tabor, esta semana se nos invita a hacer una pausa en Horeb, el monte santo en el que Dios se dio a conocer a Moisés (cfr. Ex 3, 1-8a. 13-15) para revisar la idea que tenemos sobre Dios. Muchos creemos en Dios, hemos desarrollado una noción sobre su identidad y hasta hemos hablado de él, a partir de las ideas que nos han transmitido nuestros antepasados. Lamentablemente, muchos de nosotros tenemos una idea errónea sobre Dios; creemos en él pero no lo conocemos; por eso, durante la oración de esta semana, será conveniente que revisemos cuál es la idea que tenemos sobre Dios.
En la narración del Evangelio, Jesús, tomando como referencia a dos acontecimientos dolorosos sucedidos en su tiempo: el asesinato de unos hombres, ordenado por Pilato, mientras ofrecían sus sacrificios (cfr. Lc 13,1) y el desplome de la torre de Siloé que arrebató la vida a dieciocho personas (cfr. Lc 13,4), hace un cuestionamiento: «¿Creen que las víctimas de estos acontecimientos eran más pecadores que todos los demás? Ciertamente que no» (cfr. Lc 13, 3.5). Este señalamiento se inscribe en la creencia de muchos que sostenían que los desastres humanos eran consecuencia del pecado cometido y una forma que Dios tenía para dar a cada uno su merecido. Jesús pretende que sus interlocutores reconozcan a Dios, no como un ser implacable que está buscando la más mínima oportunidad para aleccionar a los que han errado el camino y no cumplen su voluntad. Considero que, muchos de nosotros tendríamos que meditar este cuestionamiento pues, como hemos señalado anteriormente, creemos en Dios pero a veces la idea que tenemos no corresponde a la identidad que Dios ha revelado en la historia de la salvación. Como los contemporáneos de Jesús, muchos de nosotros hemos creído que Dios es un ser despiadado que está buscando una forma, a veces violenta, para llevarnos de vuelta al buen camino. En efecto, Dios nos invita a la conversión para que dejemos atrás todo aquello que nos daña y lastima a nuestros hermanos, y comencemos una vida nueva. Pero su llamado es paciente; como el viñador que cuida la higuera que no da fruto (cfr. Lc 13,8), confía y espera el cambio en el momento oportuno.
Para comprender mejor la identidad de Dios, recordemos lo sucedido en el Horeb. De acuerdo con la narración del Éxodo, mientras Moisés pastoreaba los rebaños de su suegro Jetró, se encontró con un fenómeno que llamó su atención: una zarza que ardía sin consumirse (cfr. Ex 3,2). Movido por la curiosidad, se acercó para ver lo que estaba sucediendo y, mientras se acercaba, Dios le habló desde la zarza, diciendo: «¡Quítate las sandalias porque el sitio que pisas es tierra sagrada!» (cfr. Ex 3,5). Considero que estas palabras no deben ser entendidas sólo de manera literal; Dios le estaría diciendo que, para entrar en contacto con la divinidad y conocer su esencia, es necesario desterrar todo prejuicio e idea preconcebida. Después de que Moisés atiende esta indicación, comienza una conversación entre Dios y su siervo, en la cual, podemos conocer su identidad. Dice Dios: «He visto la opresión de mi pueblo; he oído sus clamores contra sus opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel» (Ex 3, 7-8). Dios está siempre al tanto de nuestra situación; está siempre a nuestro lado, comprende nuestros dolores y sufrimientos y busca la forma de ayudarnos a salir adelante. Este es Dios: no el ser despiadado que está buscando el momento para aleccionarnos, sino el ser compasivo y misericordioso que conoce los dolores de nuestro corazón y nos sostiene con su amor para continuar el camino de nuestra vida.
En esta tercera de semana de cuaresma, pensemos cuál es la idea que hemos desarrollado sobre Dios. Y mientras caminamos hacia la celebración festiva de la Pascua, aprendamos a reconocer a Dios como el ser compasivo y misericordioso que comparte nuestra vida y nos alienta en la tribulación. Y vive y reina por los siglos de los siglos.
P. Eloy de San José, C.P.