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II Domingo de Cuaresma

II DOMINGO DE CUARESMA

16 de marzo de 2025

Hemos dicho que la Cuaresma se presenta ante nosotros como un camino que nos conducirá hacia la celebración festiva de la Pascua. Durante estos cuarenta días, mediante las prácticas penitenciales y la escucha atenta de la Palabra de Dios, debemos disponernos para emprender este camino, reconociendo y desterrando de entre nosotros aquellas situaciones, conductas y actitudes que se han convertido en un obstáculo y nos impiden caminar hacia el encuentro con Jesús resucitado.

 

De este modo, la semana anterior, iniciamos el itinerario hacia la Pascua, caminando con Jesús hacia el desierto para encontrarnos con nuestra humanidad, reconociendo, no sólo nuestros dones y talentos, sino también las debilidades que nos hacen caer en tentación. Es necesario reconocer las tentaciones para poder resistirlas, así como hiciera Jesús que, sostenido por el Espíritu de Dios, no cedió a las seducciones del espíritu del mal. 

 

Después de habernos introducido en el desierto, es necesario continuar el camino hacia la Pascua. Y en esta semana de cuaresma, Jesús nos llama a subir con él a la cima del Tabor para contemplar su divinidad. Conviene recordar que este acontecimiento sucede en un momento sumamente crítico para los discípulos: mientras caminaban a Jerusalén, Jesús les anuncia que, en aquella ciudad padecería mucho, sería rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los letrados que lo conducirían a la muerte (cfr. Lc 9,22); les indica además que, si desean caminar con él, es necesario tomar la cruz de cada día pues, sólo donando libremente la vida será posible encontrar la salvación (cfr. Lc 9, 23-25). Sin duda, estas palabras desanimaron a los discípulos que, habían visto en Jesús al líder mesiánico que habría de restaurar la soberanía de Israel (cfr. Lc 24,21). Les parecía una contradicción que ese hombre, que había vivido haciendo el bien, fuera a terminar su vida como un malhechor; que ese hombre, que había multiplicado los panes para saciar el hambre de la muchedumbre, fuera condenado como un criminal; que ese hombre, por quien lo habían dejado todo, terminara su lucha en un aparente fracaso; no podían creer que Jesús, con quien estaban caminando, a quien admiraban y le habían tomado cariño, les anunciara que su vida terminaría en manos de los hombres. 

 

Y en medio de su desánimo y desconcierto, Jesús llama a tres de sus discípulos para subir al Tabor y mostrarles su divinidad. Aquella escena debió representar un bálsamo para el cansancio de los que habían perdido la esperanza; contemplar a Jesús, rodeado por una inmensa claridad y conversando con Moisés y Elías, representaba el destierro de toda desilusión. Por eso, Pedro, en nombre de los otros dos discípulos le hace una recomendación, sin saber el sentido de sus palabras: «Levantemos tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías» (cfr. Lc 9,33). En aquel momento, después de la frustración que había desatado el anuncio de la muerte del Maestro, contemplarlo en el Tabor, les abría el panorama, descubriendo que, más allá del dolor y el sufrimiento de este mundo, el Padre celestial ha dispuesto una vida que no se acaba con la muerte. No obstante, a pesar de su deseo de permanecer contemplando la eternidad de Dios, el Padre del cielo hace oír su voz: «Este es mi Hijo. Escúchenlo» (Lc 9,34). Podríamos completar este relato con la versión de san Mateo quien señala que, después de la visión, Jesús se acercó a los discípulos, invitándolos a continuar el camino (cfr. Mt 17,7). Y es que, a Jesús no se le escuchará sólo en la profundidad de la experiencia mística, sino en la realidad concreta de la vida. Es ahí, en los problemas y tribulaciones de la historia donde se ha de escuchar la palabra del Maestro que continúa mostrando el camino para humanizar la vida. 

 

En esta semana de cuaresma, también nosotros, subamos con Jesús a la montaña para contemplarlo radiante y revestido de su divinidad. ¡Cuánto necesitamos contemplar el resplandor que brota de la divinidad de Jesús! Muchos de nosotros vamos caminando por la vida con la misma actitud de los discípulos después de escuchar el anuncio de la Pasión: vamos cansados por los problemas que diariamente tenemos que enfrentar con las personas debido a la incomprensión o intolerancia; caminamos desalentados por las situaciones de pobreza que vivimos pues, a pesar de nuestro empeño y compromiso laboral, carecemos de lo necesario para vivir y sostener la vida de nuestras familias; vamos desanimados al no encontrar las oportunidades para desarrollarnos en el ámbito personal o laboral; caminamos sin ilusión porque carecemos de los sistemas de salud para tratar nuestras enfermedades y tener calidad de vida; vamos desesperados y angustiados por la violencia que cada día cobra más vidas inocentes y nos impide desarrollar la vida con tranquilidad y armonía… Basta recordar lo que hemos escuchado en estos días sobre el descubrimiento de un predio custodiado por el crimen sonde se enseñaba a asesinar al inocente o simplemente, donde eran sepultados los sueños e ilusiones de tantos jóvenes que deseaban abrirse paso a un mejor futuro. Esta noticia nos ha llenado de horror pues constatamos que el ser humano es capaz de cometer las mayores atrocidades sólo para demostrar el peso de su autoridad.

 

Ante estas situaciones, podríamos identificarnos con los discípulos de Jesús que, después del anuncio de la Pasión, habían perdido la esperanza. Por eso, ante el drama de nuestra vida, somos llamados a subir con Jesús al monte para contemplarlo revestido de su divinidad y descubrir que, más allá de la náusea que nos ocasionan los problemas de este mundo, él nos abre el camino a la esperanza. Y como a los discípulos, también el Padre celestial nos recuerda que, en cada situación, por lamentable que esta sea, hemos de escuchar la voz de su Hijo Jesús que continúa hablando a pesar de las crisis y desalientos de la historia, indicándonos la manera en que hemos de vivir y el camino para hacer más humana nuestra vida y la vida de quienes están a nuestro alrededor. 

 

En la oración de esta semana de cuaresma, subamos con Jesús al Tabor, escuchemos su Palabra y dejemos que su divina claridad ilumine las tinieblas que oscurecen nuestra vida. Así, consolados y sostenidos en la tribulación, podremos caminar hacia la Pascua de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

 

P. Eloy de San José, C.P.

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